jueves, 5 de julio de 2012

Parajes abandonados. Setares y Camposquerra

Llevo ya bastante tiempo obviando el hecho minero en este blog y ya es hora de sacarlo a la palestra. No voy a hablar de producciones, tampoco voy a hablar de infraestructuras ni siquiera de conflictividad laboral. Estos temas ya están suficientemente tratadas por expertos en infinidad de trabajos. La minería en nuestra zona ha dejado cicatrices unas imborrables y otras que van desapareciendo, ha dejado restos pétreos y metálicos, ha dejado parajes lunares que han sido colonizados por vegetación y que aun conservan el encanto del abandono.

Del abandono trata este artículo, pero no del abandono de las minas, que es natural cuando éstas se agotan, sino del abandono de los poblados. En los poblados mineros abandonados es donde más se palpa el olvido de aquella época,  allí donde han vivido las familias, los mineros, donde estaban las tabernas, la escuela, las casas, las calles.

Si miramos desde nuestro pueblo hacia el noroeste, en la última montaña que vemos en el horizonte, aquella que está marcada con una brecha cerca de la cumbre, hay dos lugares especiales, dos poblados mineros testigo de aquellas épocas. Los poblados mineros de Setares y Camposquerra pertenecían a sendos cotos mineros a ambas vertientes del pico del Oro o Aro. que albergaba un yacimiento de mineral de hierro que era explotado por los dos lados. Por la ladera este se encontraba Setares y las minas "Ceferina" "Previsión" y "Trinidad" y por la ladera oeste, principalmente la mina "Anita", "Guillermo", "Menuda", "Actividad" y "Vulcano". No sabemos si este es uno de los montes a los que se refería Plinio que estaban a la orilla mismo del mar, cerca de la desembocadura del río Nerva y que   "todo ello era de hierro". Los expertos en arqueología minera afirman que los romanos ya conocían estas minas. Sin embargo, fue a finales del siglo XIX, cuando se crearon estos dos núcleos urbanos que fueron abandonados a mediados del siglo XX cuando las minas fueron cediendo su actividad, quedando un conjunto de ruinas mudos testigos de aquella vorágine.

Bueno, como he dicho antes, este artículo no trata de la minería sino del abandono. Pretendo resaltar los valores estéticos de estos desolados parajes y de estas ruinas, unas veces bañadas por el sol del atardecer y otras veces envueltas en brumas. Creo que son un lugar único, no sólo por lo que representan sino por cómo son hoy en día. Muy frecuentemente estos lugares son poco valorados, destruidos tras la destrucción inicial (de hecho han sido objeto de varios expolios), pero tienen un encanto especial que me temo que está en peligro. Yo me acerqué a ellos primera vez  hace treinta años, cuando hacía ya unos veinte que se habían despoblado. Durante este tiempo se han mantenido más o menos inalterables. Uno no sabe si el abandono los protege más que la divulgación. Así que disfrutemos mientras podamos, ya que desgraciadamente estos lugares están destinados, en el peor de los casos a desaparecer y en el mejor de los casos a ser convertidos en lugar "protegido" con el consiguiente apuntalamiento de las ruinas, instalación de paneles informativos, vallas y bancos, y mejora de accesos, con loable afán proteccionista pero acabando con la magia de la soledad. 

Setares, 1500 almas, frontón, una escuela que hacía las veces de iglesia y varias tabernas-cantinas. Tenía hasta equipo de fútbol y celebraba sus fiestas patronales el 4 de diciembre, cómo no, Santa Bárbara y el 5 de Agosto, la Virgen de las Nieves. Así, fue abandonado en los años 60 del siglo XX. Muchas veces me he preguntado si Benito Pérez Galdós, cuando escribió "Marianela" y la localizó en "Socartes", pensaba en este poblado minero. En la novela se decía que estaba en la costa de Cantabria y que desde las alturas del pueblo se veía el mar y a lo lejos la villa de "Ficobriga" (¿podría ser Flaviobriga-Castro Urdiales?). Algunos expertos dicen que en realidad se refiere a las minas cántabras de Reocín, pero ¿quién sabe lo que pasa por la cabeza de un escritor?. Don Benito, gracias a su amistad con José María de Pereda, pasaba largas temporadas veraniegas haciendo excursiones por estos parajes, así que ¿quién sabe?.

Año 1988, muros desnudos.


Año 1988. Aun se mantenía en pie la señal de tráfico (eso si, con dos balazos)


Año 1991, sin demasiadas alteraciones, un poco más de maleza.


Año 1991, calle principal.


Año 1991. Ruinas, Cantábrico y el antes pequeño y hoy no tan pequeño pueblo de Baltezana


Año 1991. Cocina y fregadero.

A partir de aquí presentamos una serie de imágenes obtenidas entre marzo y junio de 2012, tal y como lo hemos encontrado en la actualidad


Camino de acceso, en umbría y la primera casa, como presentando el pueblo. Parece que está mas o menos entera, pero si nos fijamos....

..... está vacía. Presenta semisótano, planta noble (con resto de pintura azul en sus paredes) y camarote. Todo un verdadero lujo.

Un poco más adelante, entre la espesura, aparece otra ruina.

Avenida de entrada

En un día de niebla, como muchos que se dan en nuestro clima cantábrico las ruinas toman un aspecto fantasmal.
Se recorta en el horizonte, tras las ruinas, el pico del oro, y entramos por la "avenida".

Madera, caliza, y argamasa roja de mineral de hierro. La humilde vivienda minera fabricada con aquello que se arrancaba de las entrañas de la tierra.
Se ensancha el camino de entrada.


Construcciones abigarradas 

La casa tenía buenas vistas, aun se conservan los ladrillos de la repisa de la ventana. Hoy los árboles crecen en las antiguas estancias.



La vieja viga que sostenía el suelo del segundo piso aun resiste suspendida

Escalera hacia el cielo


Los plátanos que dieron sombra al atardecer.
Las zarzas y los saúcos se han hecho dueños

El muro diseccionado nos muestra sus "tripas" ferruginosas

Downtown Setares

A falta de nevera buena era fresquera
Porque luego había ventana
Lo que queda de la población
El veraniego saúco proliferando por doquier

Esta casa tiene nuevo habitante

Este edificio debía ser importante, tenía un aljibe y una gran escalera.

Como decían en Jurassic Park. La vida se abre camino.

Estas ventanas debían de tener algo de valor porque lo arrancaron de cuajo

Ventanas y más ventanas


Viviendas NO adosadas

Si, si, de verdad que no están adosadas

En otro tiempo también hubo niños


La luz del atardecer baña las rojizas ruinas

¿Cartel anunciador?

Las ruinas sirviendo de sustrato para este árbol

Copete de hiedra

Lugar idóneo para pasar la tarde apaciblemente


El antiguo frontón, en la vieja escuela. Imaginemos la de rebotes falsos que darían las pelotas.

Los ventanales de la escuela-iglesia, los que vieron correr los niños y celebrar Santa Bárbara.

La "plaza", con la única arista que queda de la escuela-iglesia


Se echa la niebla.....


.... y el edificio de los talleres del ferrocarril presenta un aspecto tétrico.

Es difícil imaginar que estos parajes en otro momento estuvieron llenos de vida. Fueron célebres las huelgas mineras de finales del siglo XIX y principios del XX. En Setares se produjo un enfrentamiento entre la Guardia Civil y los mineros que se saldó con varios muertos.


El Noroeste (24/8/1906)

Sin embargo, aparte de la conflictividad laboral,  también se daban asaltos al convoy que iba con  la paga de los mineros de Setares. La hoy tranquila N634 era peligrosa y se podía sufrir el asalto de bandoleros como este que ocurrió en Saltacaballos.


La Correspondencia de España (7 de junio de1893)

Y otras desgracias


                                 La Correspondencia de España (29 de enero de1899)

Y, en las tabernas del pueblo, se formaban unas broncas por un quítame allá estos cánticos que daban lugar incluso a composiciones líricas.


                                     
  Flores y Abejas (11 de noviembre de 1900)



Pasamos a Camposquerra, poblado minero de unos 20 edificios, adosado a la mina "Anita", mina que fue abandonada en los años 80 del siglo XX y de la que aun podemos contemplar la corta y el impresionante cráter del que se extraía el mineral y que luego se embarcaba en el cargadero de Dícido (Mioño)

Antes de llegar al poblado propiamente dicho nos topamos con las Instalaciones de la cota 230. El mineral se arrancaba de la base de la corta y se trasladaba a través de un túnel hasta este punto, donde un ferrocarril de cadena flotante lo llevaba hasta el cargadero de Dícido
"Casa Bernabea" o fragua, solitaria, en la ladera de la montaña



Casa de bombas, un poco más arriba

La higuera crece retorcida

La ventana que ya nunca se cerrará

Restos del suelo con una típica baldosa

Lo que parecen ser lavabos en serie

Las vigas apenas aguantan

Las higueras invaden el interior del primer piso....

Y la chimenea ya ha caído definitivamente

La ventana donde se colgaba la ropa


La viga carcomida que todavía aguanta incrustada en la pared

Acceso al primer piso

Mejor no seguir

Vista general

Y ya vemos el camino hacia el poblado por las escombreras

Cabeza de plano para el transporte de mineral
La corta de la mina Anita nos contempla

Los barracones de Camposquerra se recortan en silueta


Barracones de una sola planta

Se nos aparecen más ruinas, con parte del tejado conservado.
Edificio entre los cardos, en estado "razonable" de conservación.

En cambio otros....


Desafiando la ley de la gravedad

Downtown Camposquerra

Ruinas recortadas sobre la corta de la Anita

Para hacer las casas se aprovechaba todo

Cabeza de plano en lo alto del poblado

Ya, a mitad de camino entre Setares y Camposquerra encontramos esta cabeza de plano entre los helechos

Vista panorámica, Camposquerra, emplazado en un pequeño rellano de la montaña.

Aquí sólo resiste el dintel de la puerta

Se empieza a nublar, estamos cerca del mar y la bruma avanza en las tardes de primavera


Los muros ruinosos parecen más tétricos

La frondosidad se confunde con las siluetas de los barracones


Las ventanas apuntaladas en vano son testigo del abandono

Con la niebla las siluetas son fantasmales


Apenas se aprecia nada con la niebla, y el ambiente incita a pensamientos fantasmagóricos. 

A propósito de esto comentaré que hace años, no lejos de aquí, en el alto de Las Muñecas, se produjo el avistamiento de la mismísima "santa compaña". Esto ya nos lo relató Antonio de Trueba en su libro "Cuentos populares de Vizcaya". En el capítulo titulado "La visión de las Muñecas" dice cómo Nicolás de Palacio, yendo en busca de una vaca perdida, se encontró con una comitiva de figuras entre las que reconoció a algunos vecinos fallecidos:

«En el barrio de Lasmuñecas, del concejo de Sopuerta, a 8 de junio de 1841, yo, Nicolás de Palacio, hijo legítimo de José y de María de Santayana, declaro, a instancia de don José María de Sagarminaga, cura beneficiado de Montellano, en el concejo de Galdames, lo que vi y oí, según y conforme fué, sin quitar y añadir nada, en la visión que Dios se dignó tuviera el 8 de abril del presente año de 1841, en que la Iglesia celebraba el jueves de la Cena del Señor.
Estando hoy en mi sano y cabal juicio, como cuando me ocurrió lo que voy a referir, y en presencia de Dios, autor de la verdad, digo con pura intención de agradar a su Divina Majestad, que después de comer salí de mí casa a cosa de las dos de la tarde y me dirigí al monte de Saldamando, en busca de una de mis vacas, que no había ido a casa con sus compañeras. Al llegar al primer arbolar del monte, que dista cerca de media legua de mi casa, encontré a unos vecinos míos, y me dijeron que la vaca que buscaba estaba un poco más allá, en compañía de otras de la vecindad. Seguí adelante, sin encontrarla, y sintiéndome ya disgustado porque no iba a volver a tiempo para bajar a los Oficios religiosos, media hora después llegué a un regato, y para pasarle a pie enjuto bajé la vista al suelo. A1 alzar la vista me vi rodeado de muchísimas
figuras de forma humana, y quedé suspenso y admirado y sobrecogido de un sudor frío. Yo no
sentía voz, ni ruido ni olor alguno, y miraba de frente a aquellas personas, que a su vez me miraban del mismo modo con semblante afable y risueño.
El color de su cara y manos era blanco, tirando a sonrosado en la parte superior de las mejillas. La estatura de todas ellas era igual y algo más baja que lo regular, pues no pasaba de cuatro pies y medio castellanos. Todas estaban vestidas del mismo modo, con una especie de alba o túnica blanca, que no les dejaba ver los pies, de la cintura arriba las cubría una cosa como roquete de acólito, y en la cabeza llevaban una capucha pequeña que subía del cuello. La cintura era tan delgada que se podía abarcar con mis dos manos, y la ceñía una hermosa faja como de cuatro pulgadas de ancho. Todas las figuras eran enjutas de carne, y observé que no tenían barba ni pelo. Una de ellas llevaba una cruz pequeña que no
excedía de un pie de su cabeza, ni tenía en su frente imagen ni crucifijo alguno. Las ropas y aspectos
de todas tenían tal hermosura y atractivo para mí, que me subyugaban. Después de dar como unos cuarenta pasos todos en silencio, fijé la atención en una de las figuras, que era la más próxima a mí, y reconocí en ella, sin la menor duda, a Domingo Ortíz, mi convecino, que había muerto hacía catorce años, y en seguida fui reconociendo sucesivamente a muchos de los que habían fallecido en este espacio de tiempo. Andando como en procesión entre esta especie de ejército como cosa de una hora, me sentí fatigado y con gran necesidad de sentarme, lo que en efecto hice. Al propio tiempo se sentaron en torno mío tres de aquellas personas, a las que miré con atención, reconociendo en ellas a Ignacio Martínez, Francisco de Llano, mi suegro, y don Pablo de Calleja. Toda la procesión se detuvo y permanecimos como medio cuarto de hora mirándonos en silencio, yo como absorto en la contemplación de todos ellos, y ellos risueños y afables.
— ¡Bendito sea Dios, qué bien estamos así! dije yo al fin: y apenas pronuncié estas palabras,
mi suegro, Francisco de Llano, me dijo abriendo y moviendo los labios, del modo natural, como
luego sucedió al hablar las demás personas.
—Tengo que hacerte un encargo, y es, que mandes decir tres misas: una de ellas en el altar de Nuestra Señora de la Piedad, otra en el de Nuestra Señora del Rosario y la otra en el de Nuestra Señora de la Concepción. A1 decir esto mostraba extroordinaria elegría.
 — Está muy bien — contesté—mandaré decirlas.
—Vive como has vivido hasta ahora y reprende las malas lenguas.
—Al decir esto mi suegro, que estaba como a una vara de mí, a la derecha, se le llenaron los
ojos de lágrimas .
—Inmediatamente me dijo Ignacio Martínez: Dígale usted a Rosa, mi mujer, que le dé a
usted cuatrocientos dos reales y un ochavo ¡tiene gracia el piquillo!, aunque no era tanto la cuenta. Que le pague a usted aunque tenga que vender para ello la ropa de la cama, cosa que no necesitará hacer.
— Bien está, se lo diré.
— Dígale usted también que mande decir tres misas: una en San Roque, otra en Santa Teresa
de Jesús y otra en Nuestra Señora del Socorro.
— Así lo haré.
Martínez guardó silencio, y don Pablo de Calleja me dijo entonces:
— Diga usted a María, mi mujer, que le dé a usted una peseta y a nuestra hija de Somorrostro
le de algo más de lo que piensa darle.
—Bien asta, señor.
Antes de hablarme así, después de sentados, mi suegro, Martínez y Calleja, ya me habían hablado Ortíz y Luis de Capetillo. Desde el principio de la aparición, Ortíz se arrimaba a mí con las manos entrelazadas y puestas contra el pecho. Poco antes de sentarnos me tocó con ellas en el brazo derecho, y asiéndoselas yo con la derecha, le dije:
—Hola, amigo.
Entonces desenlazó sus manos y estrechó con la derecha la mía, conservando cerrada contra el
pecho la izquierda, y me dijo:
—Diga usted a mis padres que manden celebrar por mí tres misas: una en el Carmen de Balmaseda, otra en Nuestra Señora de Guadalupe y otra en Santa Isabel de Ontón.
Dicho esto se separó de mí y volvió a poner las manos como antes.
Poco después de esto, Luis de Capetillo me pasó las manos enlazadas por debajo de la barba sin decirme palabra. Yo se las así fuertemente, y entonces me dijo:
—Esto quiero yo: encontrar hombres de pocas palabras y mucho corazón, que es como deben ser los hombres. Yo le paso a usted ahora las manos por la cara porque usted me pasó las suyas por la mía en la hora de mi muerte. ¿No se acuerda usted?
—Sí, señor, es verdad- contesté.
—Pues así se corresponden los hombres de bien. Dicíendo esto, soltó mí mano, y volviendo a entralazar las suyas y a arrimarlas al pecho, guardó silencio.
Desde que se me apareció la visión hasta que desapareció pasaron cerca de tres horas. El que llevaba la cruz parecía guiar aquella especie de procesión, pues todos unánimes obedecían su senal o movimiento. En todas las encrucijadas se paraban, y hacían una corta detención alrededor de las casas arruinadas que hay en aquel monte, pero sin que yo oyera lo que decían. Ni el ropaje, ni los rostros, ni las manos, ni la cruz despedían resplandor alguno. El traje del que llevaba la cruz era de mucho mayor lustre y hermosura
que el de los demás. Cuando toqué la mano de Ortíz y la de Capetillo no sentí diferencia del contacto de la de una persona viva, aunque me inclino a creer que estaba algo fría. No advertí que sus dedos  tuvieran uña. En el traje no se diferenciaban las mujeres y los hombres . Puedo asegurar que vi entre ellos una mujer de edad de más de sesenta años que vive aún en esta parroquia, o a lo menos vi su exacto retrato. También creoque conocí con certeza a una criatura que había muerto antes de tener uso de razón. Ninguno de los que hablaron dijo expresamente su nombre.
La despedida o desaparición de la visión fue del modo siguiente:
Después de haberme hablado los que estaban sentados alrededor mío, nos quedamos suspensos, mirándonos en silencio. Ellos me miraban con mucha benevolencia y alegría. Me preparaba a despedirme proponiéndome interiormente decirles sólo: —Señores, queden ustedes con Dios, cuando, sin darme tiempo a pronunciar estas palabras, todos ellos desentrelazaron los dedos, y separando las manos del pecho las extendieron con las palmas hacia arriba y los dedos meñiques en contacto, y bajándolas un poco como también la cabeza, me hicieron una afable despedida sin pronunciar palabra. Apenas habían echado a andar cuando entre ellos y yo se interpuso de repente una niebla muy espesa y blanca que rne impidió
verlos. Púseme el sombrero que había tenido en la mano mientras estuvimos sentados, durante cuyo tiempo había estado yo muy sereno, y eché a andar. Volví la cara apenas había dado algunos pasos y no vi ni niebla ni gente. Quedé muy contento de esta aparición, y dando gracias a Dios por ella me dirigí a mi casa, sin dejar de pensar en tan extraño suceso. Entonces vi que delantede mí y en la misma dirección, aunque con un cuarto de hora de ventaja, iba una persona del mismo traje que los de la aparición, y apreté el paso para alcanzarla y lo conseguí, aunque caminaba sin detenerse. A distancia de doce pasos me dijo:
— Buenas tardes.
—Téngalas usted muy buenas —me contestó con dulzura, volviéndose hacia a mí.
Detuvímonos ambos y de pie tuvimos una larga y familiar conversación, porque aquella persona
era, sin sombra de duda. M iría, la sobrina del señor cura Herrerías, es decir, su alma en cuerpo aparente,
—Hola. Nicolás—añadió—¿qué trae usted por aquí?
—Señora, he venido en busca de una vaca que tengo para parir.
— Más de dos son las que usted tiene así.
—Sí, señora, cuatro tengo.
—Diga usted a Manuel que mande decir por mí tres misas: una en Nuestra Señora del Carmen, otra en Nuestra Señora del Mercadillo y otra en Nuestra Señora de la Piedad. Dígale usted también que se acuerde de mí en todas sus oraciones, como yo me acuerdo de él, porque le
tengo en el corazón como antes, y que no trabaje, pues no le faltará nada. Acompáñele usted a
oir las tres misas.
—Si puedo, así lo haré,
—Ya podrá usted.
—No sé, señora, porque ando algo enfermo.
— No haga usted caso de su mal, porque ya podrá usted hacer eso y mucho más. No deje usted de decir a todos lo que le hemos encargado.
—Sí, ¡para que se rían de mí!
—Que se rían, no haga usted caso de eso.
Después de hablar algo más con María, con quien yo tenía mucha confianza, pues era mi ama, le pregunté:
 — Señora, ¿cómo andan ustedes por aquí?
—Hoy tenemos esa libertad, como también la tenemos el día de la Ascensión y el del Corpus.
Sírvale a usted de gobierno y no tenga miedo.
 — Nada extraño es que le tenga y caiga enfermo de veras.
 — No diga usted eso, ni tenga cuidado. Aunque ahora cayera usted en la cama pronto se pondría bueno. Para nosotros estos días son muy felices, porque ganamos cada uno de ellos trescientos años de indulgencias. ¿Le parece a usted mucho? En el purgatorio pronto se cumple el tiempo. En esta procesión que usted ha visto hay almas que han cumplido ya y luego irán al cielo, pero otras todavía necesitan muchos años.
Después de esta conversación, María desapareció lo mismo que los otros. Como yo tenía más
confianza con ella que con los demás, le hice muchas preguntas de lo que pasaba en su estado
presente, pero se mostraba seria y no me contestaba, y una vez me respondió:
- Eso no se dice.
Cuando llegué a casa, que era al anochecer, me acosté muy preocupado con la aparición, y los dos días siguientes permanecí así sin hablar a nadie palabra de lo sucedido.
E1 30 de abril, es decir, veintidós días después, volvieron a aparecérseme Llano, Ortíz, Calleja,
Martínez y María. Yendo en busca de un novillo llegué a Urquijo, cerca de donde tuve la primera aparición. Me bajé a beber agua a un pocito, y al levantarme y coger el sombrero que había puesto al lado, se me presentaron delante los cinco en fila y codo con codo. Señores les dije—de parte de Dios les pido que me digan lo que se les ofrece.
—Todo lo mandado—me contestó María — está bien hecho; pero la misa del Carmen se ha
dicho en Mercadíllo y es menester que se diga en Balmaseda. Que me pongan una vela en el altar de la piedad y la dejen arder hasta que se consuma, y no es menester hacer más por mí, pues coneso me voy al cielo.
Ignacio Martínez me dijo en seguida:
— Hizo usted lo que le mandé, pero no lo han cumplido, y usted tiene la culpa,
— Yo no, señor, porque ya lo pedí.
—Vuelva usted a pedirlo, que ya se lo darán.
—Sí usted me lo encargara por escrito, volvería a pedirlo.
Después de estas palabras, o pocas más desaparecieron como en la otra aparición, que es la primera que yo había tenido en mi vida. El vestido que tenían en esta segunda me pareció como
dorado y mucho más hermoso que el que tenían el Jueves Santo».
Tal es, fielmente ordenada, la relación de Nicolás de Palacio que aparece en las notas del señor
cura de Montellano. Al fin de estas notas se encuentra una especie de certificado de este último
que dice así:
«Certifico, yo el referido beneficiado de Montellano, que todo lo arriba inserto es la relación
jurada que hizo Nicolás de Palacio delante de mí en tres tardes, sin añadir ni quitar cosa. Y este
original, por mucha escasez de tiempo en aquellas tardes, está sin la debida crítica y expresión,
por lo que sólo se debe tener en cuenta lo sustancial del relato, y encargo dos cosas: primera, que se lean con cuidado los autores que tratan de apariciones, tales como el padre Calatayud, de la Compañía de Jesús; y segunda, que si se copiaesta relación no se varíe su contexto, aunque convendría describir con mejor orden y estilo el suceso
. — Sagarmínaga.»


El bueno de Don Antonio se declaraba escéptico de esta visión, pero a la vez no era insensible al miedo ya que más tarde dice:


"Confieso que, a pesar de la incredulidad de que acabo de hacer alarde, un anochecer que pasé solo por el arroyo donde Nicolás tuvo la visión, me pareció que los pelos se me ponían de punta."

Por si acaso..........